jueves, 5 de marzo de 2009
Frei Von jedem Schaden, Guillermo Santamarina:::CC
Diseño del cartel: Alejandro Magallanes
Fotos, Sol Henaro
Tomado de http://busquedas.gruporeforma.com/reforma/Documentos/DocumentoImpresa.aspx
Exposición en Celda Contemporánea
El Ojo Breve / Elegancia destructiva
Por Cuauhtémoc Medina
(26-Abr-2006).- Guillermo Santamarina, "Frei Von jedem Schaden!", Celda Contemporánea, Universidad del Claustro de Sor Juana, San Jerónimo 24, Centro histórico, lunes a viernes 10 a 18 hrs, Sábados 10 a 13:30.
Sobre una pared de más de 20 metros, Guillermo Santamarina ha hecho una alegoría de la transitoriedad musical. Arrojando discos de acetato sobre un muro de tablarroca con suficiente fuerza para que logren hendirlo y clavarse, enfrenta al espectador con el shock de la deliberada destrucción de un acervo musical. Entre los fragmentos inutilizados en la pared de esta instalación titulada Libre de todo daño (2006), uno descubre con cierto horror discos que pudieran ser de culto: la primera grabación de Prince, un disco de Cri-cri con diseño psicodélico, antiguos registros de boleros y música de cine.
Es como si Santamarina quisiera hacernos atender el último acto de una memoria de entusiasmo, cifrada en la eliminación de la ilusión que algún día esta masa de discos obsoletos albergaron. Obras destruidas en referencia a un proyecto de individualidad purificada: no es casual que entre varias de las imágenes de la exhibición nos enfrente irónicamente con el ideal clásico de la escultura del Discóbolos. Basta ver el video que documenta la producción de su instalación, que retrata al curador lanzando discos sin pasión ni exceso, mirando sus etiquetas para comprobar lo que está a punto de estrellar contra el muro, para entender que el propósito de Santamarina ha sido poner en práctica una especie de elegancia destructiva.
El tema ostensible de la exhibición es la noción de la cultura como una falsedad que, sin embargo, es capaz de capturar efímeramente el deseo y la energía, y la sugerencia de negatividad y novedad. Junto a esa instalación, Santamarina ha colocado un escritorio con la palabra "Neu" ("nuevo" en alemán) y dos manzanas abandonadas (Power, corruption and lies, 2006), y lo acompaña de una serie de aparentes pinturas con discos negros de contornos vagos, aludiendo a la música en acetato.
Santamarina no ha sido uno más de los curadores que hemos operado en México en las últimas dos décadas. Su especial sensibilidad por lo tentativo y lo posible lo ha hecho importante en detectar, primero que nadie, a artistas que, en parte por su intervención, lograron definir un trayecto. Guillermo ha sido un catalizador de energía y deseos.
En la imaginación popular, los críticos y curadores de arte, en tanto negocian su protagonismo con el del artista, sólo pueden ser artistas frustrados: desplazados por sus contemporáneos más talentosos, se les suele imaginar como pintores de domingo que, como Clement Greenberg, practican en privado el género de arte anacrónico que condenan o excluyen en público. Reducidos a dejar trazos pseudoabstractos en el papel durante sus juntas de trabajo, estos artistas fallidos parecen destinados a transmutar su propio desprecio en agresión para con los creadores verdaderos.
Otro modelo, el del curador como amateur militante e intempestivo, tiene el rol de ofrecernos una obra, una idea o un artista con la misma pasión, ligereza, inmediatez y, si se quiere, inconstancia, con que la que alguien nos sienta en la recámara para ponernos un disco esotérico recién adquirido. Hablamos aquí del curador como una especie doméstica del disc jockey, que a pesar de montar exhibiciones públicas intercambia información y gustos. En lugar de programar música desde un pedestal y en la oscuridad, nos habla al oído y pone el acetato mostrándonos la etiqueta. Este curador no teme cambiar de roles para cantarnos un karaoke u ofrecernos una parodia impromptu de lo escuchado. Ese conocedor que es al mismo tiempo vendedor que músico ocasional, ese curador que entiende la curaduría como una especie de generosidad ríspida, ese es Guillermo Santamarina. Es este rol el que encuentra un momento de reflexión en su exhibición.
La intervención de Santamarina es un intento por fijar una actitud de renuencia cultural, que entiende la creatividad como un espacio fluido y perpetuamente renovado, un terreno de sublime sustitución, renovación y destrucción. Como el título de la muestra sugiere, es un terreno que nos permite inmunidad, en la medida en que no quedamos atrapados en sus mitos.
Texto originalmente en: Reforma, sección cultura
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