jueves, 5 de marzo de 2009

Proyecto: REVISIONES ::: Sarah Minter:::CC


Foto: Sol Henaro

Texto tomado de http://busquedas.gruporeforma.com/reforma/Documentos/DocumentoImpresa.aspx
Exposición en Celda Contemporánea

El Ojo Breve / Trozos dichosos de vida
Por Cuauhtémoc Medina

(19-Ene-2005).-Sarah Minter: Intervalos. Celda Contemporánea, Universidad Claustro de Sor Juana. San Jerónimo 24, Centro Histórico. Hasta el 31 de enero.

Como sugiere su título, Intervalos despliega una serie de momentos separados y discontinuos: trozos de vida de la artista presentados en breves clips de video, expuestos en su mayoría en monitores sobre pedestales, que en conjunto plantean la celebración de una cotidianidad marcada por el hedonismo y la modestia.

Se trata de escenas por demás sencillas, cuadros de la vida de Minter en los dos lados del Atlántico, que aluden a estancias artísticas y relaciones amorosas. En su mayoría son episodios que hubieran encontrado su destino lógico en la instantánea: gráficas de la creadora trabajando en el estudio, durmiendo con un amante y abrazándolo en la tina de baño, además de tomas cándidas de nudistas en Europa.

Tomadas con la cámara en un solo plano-secuencia, las imágenes han sido editadas con el propósito de generar una sensación onírica. La pista sonora, que mezcla sonidos ambientales sintetizados y ruido blanco-clásica sonoridad del videoarte- dota a esos cuadros de esa materialidad que rodea la imprecisión de los recuerdos.

Lo más notable, sin embargo, es que Minter ha editado discretamente sus tomas para alterar su temporalidad. Sus secuencias suelen estar puntuadas por disolvencias, cortes, imágenes sobrepuestas y flashbacks, como para sustraerlas del "tiempo real".

Al menos en un caso, Minter utiliza también algunos efectos especiales: vibraciones en la superficie del video que lo asemejan al reflejo de un estanque, ondulando como una materia sensible.

Recursos todos que el espectador sólo registra si se lo propone, pues guardan una inmediata relación con los mecanismos que la televisión y el cine nos han inducido a percibir como parte de la retórica de "lo real", aunque son suficientes para que Minter ponga distancia frente al uso del video directo como forma de la documentación.

El conjunto ofrece un autorretrato sorprendentemente idílico, una sosegada apología de la libertad individual, que liga arte, erotismo y drogas como parte de un mismo desenfado. Es raro ver en el arte local una muestra tan optimista y libre de dramatismo o cinismo.

Estos fragmentos son presentados sin ninguna ínfula de "gran arte". Pretenden ser sólo trozos dichosos de vida, realzados por el placer más que por ser extraordinarios. En otras palabras, Sarah Minter ofrece la visión de una modesta arcadia.

Minter despliega una imagen de plenitud con una actitud de absoluta sencillez: las mismas relaciones amorosas aparecen despojadas de inuendos y conflictos, como si fueran sólo la extensión del reposo de dos cuerpos, donde el sexo en lugar del arrebato o la excitación es tan sólo una extensión de la caricia.

Al evadir cualquier nota de confesión y sujetarse a un cierto estilo documental (rehusándose, por ejemplo, a introducir ninguna narrativa verbal por encima de las imágenes, moderando las tomas subjetivas y presentando la cámara mas bien como una especie de espejo de los personajes), Minter consigue evitar cualquier peligro de afectación.

Esto es especialmente notable en Hikuri (2004), a pesar de que el video de cinco minutos relata un viaje de peyote en la zona tarahumara. Rito más personal que religioso, despojado ya de toda retórica psicodélica, el filme tiene su punto culminante en una escena donde la artista y su acompañante miran alucinados al objetivo de la cámara, confirmando la función del video como una especie de espejo a la mano.

Este anecdotario personal será un tanto sorpresivo para quienes conocen la trayectoria de Minter, una de las referencias obligadas del videoarte en México por casi un cuarto de siglo.

El tono intimista y reservado de Intervalos contrasta especialmente con las notables ficciones/documentales urbanos que Minter producía hace 15 años, en particular dos historias en largometraje -Nadie es inocente (1987) y Alma punk (1991-1992)- hechas en colaboración con jóvenes punks de la Ciudad de México que actuaban el drama de sus propias vidas.

En retrospectiva, esos docu/ficciones de Minter no sólo testimonian a las subculturas mexicanas de los 80, sino ese raro momento de complicidad cultural interclasista que dejó tras de sí el terremoto de 1985. Esperanzas que cifraba el término por demás prostituido de "solidaridad", que se evaporaron por la modernización neoliberal, la debacle social de los 90 y la autodestrucción de la izquierda.

Sin embargo, la transformación del trabajo de Minter es también sintomática de un desplazamiento en el uso social del medio. Comercializado como herramienta de lo íntimo -medio de registro del culto familiar, la autoafirmación del turismo y la publicidad de los placeres íntimos-, el video no es necesariamente un arte que interpele el mecanismo del cine o la televisión.

A medida que la miniaturización persigue la utopía mercantil de absoluta portabilidad, el video se muestra como un medio lírico, quizás el único arte inclinado a la expresión sentimental en la postmodernidad.

Esta no es una característica desdeñable, porque socialmente el video ha venido a sustituir en gran medida a la fotografía como nuestro principal mecanismo de provisión de lo ilusorio.

Al fusionar la función confesional del diario, la facilidad de la instantánea y el poder encantatorio del cinematógrafo, el video se presta admirablemente a ofrecer breves ensoñaciones envueltas en una retórica de inmediatez.

Originalmente en Reforma, sección cultura.

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